Descontando la remera del trabajo del trabajo que se me perdió, la Gaytorade que se me rompió en la noche (ya estaba descontada por que se había fragmentado, pero igual me toco limpiar) y la pelea con el supervisor fue un buen día. Sobretodo por que una de las cosas que quería al trabajar era trabajar cerca al obelisco, cerca al MacDonald's, cerca al MacCafé, cerca a ella.
La conocí hace unos días, antes de comenzar a escribir esto. Me reuní allá con unos amigos y eramos ocho y solo habían 3 copas de granisado de café. Me acerque de vergüenza al mostrador del MacCafé. Una chica regular atendía la barra y le pregunte cuanto valia el muffin de chocolate, aunque en realidad ya sabia su precio. Al escuchar su voz sentí una olorosa escénica a libertad; escuche el silbido del huracán, arriba en la selva y el peso del hacha que herede de mis abuelos empuñada en mi mano. Sospecho que ella sintió lo mismo por que al mismo tiempo ella me pregunto si yo era de Medellín y yo a era qué de donde era. Ambos nos respondiamos con una risa corta. Una barra de un metro nos distanciaba como cliente/cajera, y no era el lugar, aunque si el momento, para romper esa barrera. Nos hicimos preguntas cortas y poco trascendentales que iban aumentando poco a poco y achicando ese metro de distancia. Pero llego un cliente y con el ambos regresamos a la realidad: Ella a sus cafés y sus muffins, yo a mis amigos. No pudimos volver a hablar, no le pregunte su nombre y no le dije el mio. Aun recuerdo esos detalles físicos al comienzo insignificantes: Cabello rubio, ojos miel, grandes senos y 1.60 de estatura. Ahora la veo hermosa.
Pero mas allá de todo eso, recuerdo su voz, su acento y su risa que me hicieron sentir en casa por esos pocos segundos de conversacion.